La monumentalidad en la obra de Manuel Fuentes
1995 – 2000
La monumentalidad en la obra de Manuel Fuentes
Cuando el trabajo del artista consiste en entregarse, vivir un tiempo corno el actual resulta altamente penoso pero, al mismo tiempo, enaltecedor. Manuel Fuentes precisa compartir un mundo donde la paz impere. El ha convertido su paz en lucha, y ya lleva más de quince años de rodar por el mundo sin más armas que su fe. Fe en sí mismo y en lo que crea, que es precisamente en lo que él cree. Como pintor trabaja tesoneramente buscando formas, trazos, combinaciones que despierten lo humano dentro del hombre. Busca y rebusca sobre el lienzo. Inventa polvos, cenizas, materiales para la vida y el rectángulo tocado con amor.
Por eso, cuando el color le es insuficiente para expresar lo que siente, recurre a la palabra. Se queja, se lamenta, pero se levanta temprano en cada verso a empujar a un sol que ya no sale para todos, porque los ojos están cerrados y los corazones también. La faena es despertar la vida, tarea poco fácil. Y una vía menos fácil es hacerlo con puras palabras, aunque las palabras de Manuel vengan de lo puro que cada uno llevamos todavía en el aliento diario. Hay en sus versos demasiada realidad como pasión por la existencia y todo lo creado. Tanta solidaridad como pesar.
En su universo estético los poetas van dejando senderos a su paso, los gorriones no vuelan más alto que los sentimientos y una flor vale más que todos los bulevares del mundo. Proclama que la ternura no existe, pero debe leerse que la ternura ha sido sitiada y sobrevive gracias a los buenos oficios de los que todavía creen en que el mundo se derrumba para dar paso a los nuevos códigos de ese espíritu que ha sabido, como la hierba pisoteada, convertirse en camino.
Sintetizando, es fácil advertir que la grandeza de esta obra no puede medirse con cintas convencionales, pues Manuel Fuentes no sólo nos está ofreciendo su arte. Sus artes. También quiere enseñarnos algo imposible de entender sólo con palabras.
Otoniel Guevara.
Poeta, 1996